jueves, 3 de febrero de 2011

4. El colgante

Me despierto. Palpo en mis tejanos hasta encontrar mi viejo y anticuado móvil. Veo que son las ocho de la tarde. Había dormido des del mediodía y me sentía descansada. Abro las persianas y  me siento en la cama desecha. Recapacito. No recuerdo demasiado de lo que he soñado. Sólo vagas imágenes en las que salen la mujer y el hombre de la visión. Y en mi interior tengo una sensación de nostalgia cómo si echara de menos el sueño... Dejo de pensar en ello, seguramente estoy así por el cambio de casa.
Alguien llama a la puerta. 
  -Ann, vamos a cenar.- dice la voz de Jess
  - Ya voy.-me levanto de la cama y salgo de la habitación. Allí está Jess esperándome. Bajamos por las escaleras y nos dirigimos al comedor. Allí hay una mesa bien parada con una ensalada y un pollo al horno. Me siento y cómo de costumbre en el convento rezo antes de empezar. Cuando acabo veo cómo Marcos, Cintia y Jess me miran encuriosidos. Entonces les pregunto:
  -No rezáis antes de comer?
  - Bueno no somos muy religiosos que digamos, por eso nos sorprende.- dice Marcos
  - Ah bueno, yo tampoco lo soy mucho, es por costumbre- digo un poco avergonzada - en el convento se reza a todas horas
  - No te preocupes ya te adaptarás.- dice Jess y me sonríe.
Empezamos a comer. Hay un silencio que poco a poco empieza a convertirse en incomodo. Jess lo rompe.
  - ¿Sabes? Yo también estuve en ese convento viviendo hasta que Marcos y Cintia me adoptaron
¿Ella también era adoptada?
  - ¿A sí? ¡Pues nunca te había visto!
  - Es que sólo estuve dos años después de que murieran mis padres cuando yo tenia tres años. Cuando cumplí los cinco me adoptaron y fui a vivir con ellos. Y hace dos años nos mudamos a esta casa.
  -Ah que bien- respondo un poco cortada
  - Y para que pudiera tener a alguna hermana hemos decidido adoptarte.- dijo Cintia alegremente.- Luego te damos las llaves de casa y el fin de semana que viene nos vamos de compras y te miramos ropa y muebles para tu habitación.
Compras. La palabra que vuelve locas a las adolescentes. Aunque hubiera vivido en un convento me encantaba comprar ropa. Asentí, ya más contenta.
Al acabar de cenar Cintia le susurró algo al oído de Jess. Esta asintió y se fue de la mesa. En menos de un minuto ya estaba de vuelta con una cajita roja. Me la dio y me dijo:
  -Toma, es un regalo para ti, de bienvenida. 
  - Oh gracias, pero no era necesario...
  - Que si mujer!-dice Jess 
Lo abro cautelosamente y saco un bonito colgante. Tiene una pieza de ámbar en forma de gota. Toco la parte  de ámbar, tiene una textura muy suave.
Una mujer emocionada observa el colgante. Besa a un hombre que tiene detrás. Se lo da y el cautelosamente se lo coloca alrededor del cuello. La mujer ríe y él la acaricia. Entonces se besan profundamente. Ella mira al reloj y al ver que es tarde se despide y se marcha. Corriendo pierde el colgante que permanece abandonado en el suelo.
Otra vez. Otra vez podía ver momentos que ha vivido un objeto antiguo. Pero esta vez ha sido la visión de un momento feliz. No se quien es esa mujer pero era cómo si su felicidad la pudiera sentir en mi misma. Entonces una voz me despierta
  -¿Que te parece? - dice Cintia- te has quedado muda.
  - Es muy bonito, gracias- Sonrío.
  - La madre Claire nos dijo que te fascinaban los objetos antiguos y pensamos que te gustaría- dice Cintia
  - Habéis acertado. Gracias.
Nos levantamos de la mesa y nos dirigimos a las habitaciones. Me aseo y me meto en la cama. Entonces me doy cuenta de que he estado toda la tarde durmiendo y de que por mucho que cuente ovejas o use cualquier otro truco no voy a conseguir dormirme. Así que me estiro en la cama a esperar que el sueño decida hacerme una visita.

3. Cambio de aires

Miro a través de la ventanilla del coche, un tanto sucia por las lluvias que han caído los últimos días. Fijo los ojos en el asfalto desgastado de la vieja carretera que lleva hasta Toledo. Cintia, mi madre adoptiva se ve una mujer joven, fuerte y segura de si misma. Desde el retrovisor se reflejan sus ojos negros como el carbón, y su maquillage excesivo exagera su grandaria. Entonces Marcos, con una voz ronca dice:
   - Con que Ann... Porqué así te llamas, no?-pregunta.
   - Si - digo secamente.
   - Es un nombre muy bonito - aclara Cintia volviéndose hacia mi y sonriendo. Le devuelvo la sonrisa y se gira complacida. Entonces recupero mi expresión inicial, la de una chica a la que han arrancado de su hogar.
   - Hemos llegado - dice Cintia y me abre la puerta trasera del coche.
Miro a mi alrededor, me encuentro en un barrio de pequeños adosados a las afueras de Toledo. Casas nuevas, no mas de tres años. No es como vivir en el convento, pasear por el claustro, explorar esa biblioteca descomunalmente gigante llena de historias fascinantes... Pero aquí todo es menos acogedor, noto un frío, el de la nostalgia.
Cintia revuelve el interior del bolso buscando las llaves. Las encuentra, y abre la puerta con parsimonia. En la entrada hay una cómoda con una lámpara de bambú. La enciende y se dirige a través de un pasadizo estrecho y largo. Ricardo me da dos golpecitos en la espalda para que la siga. El pasillo llega hasta una sala de estar enorme, dónde se sitúa un sofá beige, con una butaca de cuero a cada lado. Delante del sofá hay una mesita de madera dónde hay un cuenco marrón de bronce con hojas de color cobrizo. Y delante de la mesa una televisión de plasma de unas treintaiseis pulgadas.  El suelo es de parquet y las paredes color pistacho. A la pared frontal al pasillo se abre un gran ventanal que lleva al jardín trasero. Retrocedemos hasta el pasillo y me enseña la cocina. Una habitación bastante iluminada con una encimera de mármol y electrodomesticos modernos, que parecen caros. Me enseña un lavabo y luego retrocedemos a la entrada donde hay una escalera de caracol. Subimos por ella a la segunda planta. El suelo está cubierto por una moqueta marrón. Me enseña otro baño y luego su dormitorio. Tiene mucha luz, y al lado su cama hay un acceso a una terraza. Pasamos otra habitación cerrada y entramos a una contigua a esta. Esta, tiene también mucha luz y tiene un gran ventanal que da acceso a la misma terraza. Es algo más pequeña. Arrimada a la pared hay una cama individual con un edredón azul claro. Las paredes son de color azul.  No está muy amueblada.
   - Esta es tu habitación.- dice Cintia.- Te dejamos sola para que te acomodes.
Sale de la habitación y me tumbo en la cama. No quiero desempaquetar. No quiero instalarme. No me apetece hacer nada. Solo cerrar los ojos y olvidar que esto ha ocurrido.
  - ¿Que te parece la casa?- dice una voz femenina detràs mio.
  - ¡Ah!- grito del susto y me giro bruscamente-.
Me encuentro con una chica de mi edad, alta y pelirroja. Lleva una camisa básica negra de tirantes y unos tejanos grisáceos. Calza unos botines negros con algo de tacón. Su sombra de ojos verde resalta sus ojos saltones y su sonrisa da vida a su expresión.
  - ¿Quien eres?- pregunto
  - ¡Quien voy a ser! Tu nueva hermana! Soy Jess!- me alarga la mano.
  - ¿Mi nueva hermana?- me desconcierto, Cintia no me había dicho que tenia una hermana- ¿Eres hija de Marcos y Cintia?
  - No! Soy hija de los vecinos!
  - Ah-no entiendo nada- pues encantada de conocerte
  - ¡Era ironía!- se ríe y me dice- Tu eres Ann no?
  - Si.- digo
  - Que sepas que mi habitación es la de al lado. ¡Ven! te la enseño.
Me agarra del brazo y me conduce hasta la habitación que hay justo entre de la mía y la de Cintia y Marcos. Es idéntica a la mía sólo que con las paredes amarillas cubiertas por algún que otro poster. Está más amueblada que la mía. Y también tiene el ventanal que da acceso a la misma terraza.
  - ¿Que te parece la casa?
  - Es muy bonita y luminosa.
  - Bueno y cuantos años tienes?
  - Quince, cumplo el 20 de Abril
  - Que bien, tenemos la misma edad! Sólo que yo los cumplo el 2 Marzo.
Le sonrio. Entonces me dice:
  - Pasado mañana empezamos la escuela, lo sabes no?
  - Si, ya me imaginaba- le sonrio y luego bostezo
  - Bueno dejaré que descanses- me acompaña a la habitación y cierra la persiana del ventanal. Sale y cierra la puerta.
Poco a poco mi mente empieza a escaparse del sentido común inciando un viaje al país de los sueños dejando que mi cuerpo acabe de asimilar todos los cambios producidos en una mañana.